Pero cuál no será la sorpresa
para el comprador, quien o quienes de antemano señalaban la poca gestión
comercial de los empleados de las tiendas tradicionales, ya fuesen en moneda
nacional o en pesos convertibles, “que si no te miran a la cara, si les molesta
brindar información o mostrar el producto tal”. Pero cuál no será la sorpresa
cuando descubran que poco o nada ha cambiado la forma en la que vendemos o
queremos vender, a partir de la incursión de las nuevas figuras u oficios
insertados en la sociedad.
Caminas, entras aquí, allá. Pasas
inadvertida, miras precios o la calidad de las piezas, sólo que los vendedores
están muy ocupados con el chisme del día, o simplemente miran al fondo, al gentío.
Continúas porque debes
encontrar una oferta acorde a tus ingresos. Hasta ahora no ves nada interesante
o peor, nadie te atrapa, nadie piensa en ti. Sales de este, entras en aquel, y
de todos los visitados solo un señor cuarentón te aborda y pregunta ¿qué busca
joven?.
Le dices que no, que buscas un
par de zapatos altos y cómodos, de un color neutral. Entonces él niega y
sonríe. Al final decides el regreso.
Es muy posible que continuemos
tan ajenos y distantes del cliente como lo estábamos antes. Mi última incursión
por la Calle
del Medio, me dejó el mal sabor de ver cientos de jóvenes iniciándose en el “arte
de vender”, sin saber del disfrute o encanto del oficio. Varados en sus
asientos esperan por la grata acción del comprador. Mientras yo aprecio los
detalles de las casonas de Medio, las que rara vez abrían sus puertas de par en
par, para dejar a la vista sus bellezas arquitectónicas de siempre.
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